RENÉ
FAVALORO: (12/07/1923- 29/07/2000)
RECORDAMOS
SU VIDA AL CUMPLIRSE 17 AÑOS DE SU FALLECIMIENTO
LOS IDEALES QUE
GUIARON SUS PASOS:
René Gerónimo Favaloro nació el 12 de julio de 1923 en una casa humilde del barrio “El
Mondongo” de La Plata. A tan sólo una cuadra se levantaba el Hospital
Policlínico como presagio de un destino que no se hizo esperar. Con apenas
cuatro años de edad, Favaloro comenzó a manifestar su deseo de ser “doctor”.
Quizás la razón se debía a que de vez en cuando pasaba unos días en la
casa de su tío médico, con quien tuvo oportunidad de conocer de cerca el
trabajo en el consultorio y en las visitas domiciliarias; o quizás simplemente
tenía una vocación de servicio, propia de la profesión médica.
Sin embargo, la esencia de su espíritu iba más allá de su vocación y
era mucho más profunda: calaba en los valores que le fueron inculcando en su
casa y en las instituciones donde estudió. Sobre esa base edificó su
existencia.
Cursó la primaria en una modesta escuela de su barrio, donde, con pocos
recursos, se fomentaba el aprendizaje a través de la participación, el deber y
la disciplina. Después de la escuela, pasaba las tardes en el taller de
carpintería de su padre ebanista, quien le enseñó los secretos del oficio. En
los veranos se transformaba en un obrero más. Gracias a sus padres -su madre
era una habilidosa modista- aprendió a valorar el trabajo y el esfuerzo.
Su abuela materna le transmitió su amor por la tierra y la emoción al
ver cuando las semillas comenzaban a dar sus frutos. A ella le dedicaría su
tesis del doctorado: “A mi abuela Cesárea, que me enseñó a ver belleza hasta en
una pobre rama seca”.
En 1936, después de un riguroso examen, Favaloro entró al Colegio
Nacional de La Plata. Allí, docentes como Ezequiel Martínez Estrada y Pedro
Henríquez Ureña le infundieron principios sólidos de profunda base humanística.
Más allá de los conocimientos que adquirió, incorporó y afianzó ideales como
libertad, justicia, ética, respeto, búsqueda de la verdad y participación
social, que había que alcanzar con pasión, esfuerzo y sacrificio.
UN GIRO INESPERADO:
Al finalizar la escuela secundaria ingresó en la Facultad de Ciencias
Médicas de la Universidad Nacional de La Plata. En el tercer año comenzó las
concurrencias al Hospital Policlínico y con ellas se acrecentó su vocación al
tomar contacto por primera vez con los pacientes. Nunca se limitaba a cumplir
con lo requerido por el programa, ya que, por las tardes, volvía para ver la
evolución de los pacientes y conversar con ellos.
Mientras cursaba las materias correspondientes a su año, se
entremezclaba con los alumnos de sexto año de las cátedras de Rodolfo Rossi o
Egidio Mazzei, ambos titulares de Clínica Médica. También se escapaba a
presenciar las operaciones de los profesores José María Mainetti (ver foto), de
quien captó su espíritu renovador, y Federico E. B. Christmann, de quien
aprendió la simplificación y estandarización que aplicaría después a la cirugía
cardiovascular, quizás la mayor contribución de Favaloro a las operaciones
sobre el corazón y los grandes vasos. Sería Christmann quien diría, no sin razón,
que para ser un buen cirujano había que ser un buen carpintero.
El hecho fundamental de su preparación profesional fue el practicantado
(actual residencia) en el Hospital Policlínico, centro médico de una amplia
zona de influencia. Allí se recibían los casos complicados de casi toda la
provincia de Buenos Aires. En los dos años en que prácticamente vivió en el
Hospital, Favaloro obtuvo un panorama general de todas las patologías y los
tratamientos pero, sobre todo, aprendió a respetar a los enfermos, la mayoría
de condición humilde. Como no quería desaprovechar la experiencia, con
frecuencia permanecía en actividad durante 48 o 72 horas seguidas.
Todo hacía suponer que su futuro estaba allí, en el Hospital
Policlínico, siguiendo los pasos de sus maestros. Casualmente, en 1949, apenas
recibido, se produjo una vacante para médico auxiliar. Accedió al puesto en
carácter interino y a los pocos meses lo llamaron para confirmarlo. Le pidieron
que completara una tarjeta con sus datos; pero en el último renglón debía
afirmar que aceptaba la doctrina del gobierno. El destino se ensañaba de manera
incomprensible. Sus calificaciones eran mérito más que suficiente para obtener
el puesto. Sin embargo, ese requisito resultaba humillante para alguien que,
como él, había formado parte de movimientos universitarios que luchaban por
mantener en nuestro país una línea democrática, de libertad y justicia, razón
por la cual incluso había tenido que soportar la cárcel en alguna oportunidad.
Poner la firma en esa tarjeta significaba traicionar todos sus principios.
Contestó que lo pensaría, pero en realidad sabía con claridad cuál iba a ser la
respuesta.
CONOCER EL ALMA DEL PACIENTE PARA CURAR SU CUERPO:
Por ese entonces llegó una carta de un tío de Jacinto Aráuz, un pequeño
pueblo de 3.500 habitantes en la zona desértica de La Pampa. Explicaba que el
único médico que atendía la población, el doctor Dardo Rachou Vega, estaba
enfermo y necesitaba viajar a Buenos Aires para su tratamiento. Le pedía a su
sobrino René que lo reemplazara aunque más no fuera por dos o tres meses. La
decisión no fue fácil. Pero al final Favaloro llegó a la conclusión de que unos
pocos meses transcurren rápidamente y que, mientras tanto, era posible que
cambiara la situación política.
Llegó a Jacinto Aráuz en mayo de 1950 y rápidamente trabó amistad con
el doctor Rachou. Su enfermedad resultó ser un cáncer de pulmón. Falleció unos
meses más tarde. Para ese entonces Favaloro ya se había compenetrado con las
alegrías y sufrimientos de esa región apartada, donde la mayoría se dedicaba a
las tareas rurales.
La vida de los pobladores era muy dura. Los caminos eran intransitables
los días de lluvia; el calor, el viento y la arenisca eran insoportables en
verano y el frío de las noches de invierno no perdonaba ni al cuerpo más
resistente. Favaloro comenzó a interesarse por cada uno de sus pacientes, en
los que procuraba ver su alma. De esa forma pudo llegar a conocer la causa
profunda de sus padecimientos.
Al poco tiempo se sumó a la clínica su hermano, Juan José, médico
también. Se integró muy pronto a la comunidad por su carácter afable, su gran
capacidad de trabajo y dedicación a sus pacientes. Juntos pudieron compartir la
labor e intercambiar opiniones sobre los casos más complicados.
Durante los años que ambos permanecieron en Jacinto Aráuz crearon un
centro asistencial y elevaron el nivel social y educacional de la región.
Sentían casi como una obligación el desafío de paliar la miseria que los
rodeaba.
Con la ayuda de los maestros, los representantes de las iglesias, los
empleados de comercio y las comadronas, de a poco fueron logrando un cambio de
actitud en la comunidad que permitió ir corrigiendo sus conductas. Así,
lograron que casi desapareciera la mortalidad infantil de la zona, redujeron
las infecciones en los partos y la desnutrición, organizaron un banco de sangre
viviente con donantes que estaban disponibles cada vez que los necesitaban y
realizaron charlas comunitarias en las que brindaban pautas para el cuidado de
la salud.
El centro asistencial creció y cobró notoriedad en la zona. En alguna
oportunidad Favaloro reflexionó sobre las razones de ese éxito. Sabía que
habían procedido con honestidad y con la convicción de que el acto médico “debe
estar rodeado de dignidad, igualdad, piedad cristiana, sacrificio, abnegación y
renunciamiento” de acuerdo con la formación profesional y humanística que
habían recibido en la Universidad Nacional de La Plata.
RENACE LA PASIÓN POR LA CIRUGÍA TORÁCICA:
Favaloro leía con interés las últimas publicaciones médicas y cada
tanto volvía a La Plata para actualizar sus conocimientos. Quedaba impactado
con las primeras intervenciones cardiovasculares: era la maravilla de una nueva
era. Poco a poco fue renaciendo en él el entusiasmo por la cirugía torácica, a
la vez que iba dándole forma a la idea de terminar con su práctica de médico
rural y viajar a los Estados Unidos para hacer una especialización. Quería
participar de la revolución y no ser un mero observador. En uno de sus viajes a
La Plata le manifestó ese deseo al Profesor Mainetti, quien le aconsejó que el
lugar indicado era la Cleveland Clinic.
Lo asaltaban miles de interrogantes, entre ellos el de abandonar doce
años de medicina rural que tantas satisfacciones le habían dado. Pero pensó que
al regresar de Estados Unidos su contribución a la comunidad podría ser aún
mayor. Con pocos recursos y un inglés incipiente, se decidió a viajar a
Cleveland. Otra vez, el breve tiempo que pensaba permanecer allí terminó siendo
una década.
Trabajó primero como residente y luego como miembro del equipo de
cirugía, en colaboración con los doctores Donald B. Effler , jefe de cirugía
cardiovascular, F. Mason Sones, Jr., a cargo del Laboratorio de Cineangiografía
y William L. Proudfit, jefe del Departamento de Cardiología.
Al principio la mayor parte de su trabajo se relacionaba con la
enfermedad valvular y congénita. Pero su búsqueda del saber lo llevó por otros
caminos. Todos los días, apenas terminaba su labor en la sala de cirugía,
Favaloro pasaba horas y horas revisando cinecoronarioangiografías y estudiando
la anatomía de las arterias coronarias y su relación con el músculo cardíaco.
El laboratorio de Sones, padre de la arteriografía coronaria, tenía la
colección más importante de cineangiografías de los Estados Unidos.
A comienzos de 1967, Favaloro comenzó a pensar en la posibilidad de
utilizar la vena safena en la cirugía coronaria. Llevó a la práctica sus ideas
por primera vez en mayo de ese año. La estandarización de esta técnica, llamada
del bypass o cirugía de revascularización miocárdica, fue el trabajo
fundamental de su carrera, lo cual hizo que su prestigio trascendiera los
límites de ese país, ya que el procedimiento cambió radicalmente la historia de
la enfermedad coronaria. Está detallado en profundidad en su libro Surgical
Treatment on Coronary Arteriosclerosis, publicado en 1970 y editado en español
con el nombre Tratamiento Quirúrgico de la Arteriosclerosis Coronaria. Hoy en
día se realizan entre 600.000 y 700.000 cirugías de ese tipo por año solamente
en los Estados Unidos.
Su aporte no fue casual sino el resultado de conocimientos profundos de
su especialidad, de horas y horas de investigación y de intensa labor. Favaloro
decía que su contribución no era personal sino el resultado de un equipo de
trabajo que tenía como primer objetivo el bienestar del paciente.
UN CENTRO DE PRIMER NIVEL EN BUENOS AIRES:
El profundo amor por su patria hizo que Favaloro decidiera regresar a
la Argentina en 1971, con el sueño de desarrollar un centro de excelencia
similar al de la Cleveland Clinic, que combinara la atención médica, la
investigación y la educación, tal como lo dijo en su carta de renuncia a
Effler:
“Una vez más el destino ha puesto sobre mis hombros una tarea difícil.
Voy a dedicar el último tercio de mi vida a levantar un Departamento de Cirugía
Torácica y Cardiovascular en Buenos Aires. En este momento en particular, las
circunstancias indican que soy el único con la posibilidad de hacerlo. Ese
Departamento estará dedicado, además de a la asistencia médica, a la educación
de posgrado con residentes y fellows, a cursos de posgrado en Buenos Aires y en
las ciudades más importantes del país, y a la investigación clínica. Como usted
puede ver, seguiremos los principios de la Cleveland Clinic.” (De La Pampa a
los Estados Unidos).
Con ese objetivo creó la Fundación Favaloro en 1975 junto con otros
colaboradores y afianzó la labor que venía desarrollando desde su regreso al
país. Uno de sus mayores orgullos fue el de haber formado más de cuatrocientos
cincuenta residentes provenientes de todos los puntos de la Argentina y de
América latina. Contribuyó a elevar el nivel de la especialidad en beneficio de
los pacientes mediante innumerables cursos, seminarios y congresos organizados
por la Fundación, entre los que se destaca Cardiología para el Consultante, que
tiene lugar cada dos años.
En 1980 Favaloro creó el Laboratorio de Investigación Básica -al que
financió con dinero propio durante un largo período- que, en ese entonces,
dependía del Departamento de Investigación y Docencia de la Fundación Favaloro.
Con posterioridad, pasó a ser el Instituto de Investigación en Ciencias Básicas
del Instituto Universitario de Ciencias Biomédicas, que, a su vez, dio lugar,
en agosto de 1998, a la creación de la Universidad Favaloro. En la actualidad
la universidad consta de una Facultad de Ciencias Médicas, donde se cursan dos
carreras de grado -medicina (iniciada en 1993) y kinesiología y fisiatría
(iniciada en 2000)- y una Facultad de Ingeniería, Ciencias Exactas y Naturales,
donde se cursan tres carreras de ingeniería (iniciadas en 1999). Por su parte,
la Secretaría de Posgrado desarrolló cursos, maestrías y carreras de
especialización.
En la actualidad, la investigación abarca más de treinta campos en los
que trabajan profesionales de distintas disciplinas -medicina, biología,
veterinaria, matemática, ingeniería, etc.- en colaboración con los centros
científicos más importantes de Europa y Estados Unidos. Se publicaron más de
ciento cincuenta trabajos en revistas especializadas con arbitraje
internacional.
En 1992 se inauguró en Buenos Aires el Instituto de Cardiología y
Cirugía Cardiovascular de la Fundación Favaloro, entidad sin fines de lucro.
Con el lema “tecnología de avanzada al servicio del humanismo médico” se
brindan servicios altamente especializados en cardiología, cirugía
cardiovascular y trasplante cardíaco, pulmonar, cardiopulmonar, hepático, renal
y de médula ósea, además de otras áreas. Favaloro concentró allí su tarea,
rodeado de un grupo selecto de profesionales.
Como en los tiempos de Jacinto Aráuz, siguió haciendo hincapié en la
prevención de enfermedades y enseñando a sus pacientes reglas básicas de
higiene que contribuyeran a disminuir las enfermedades y la tasa de mortalidad.
Con ese objetivo se desarrollaron en la Fundación Favaloro estudios para la detección
de enfermedades, diversidad de programas de prevención, como el curso para
dejar de fumar, y se hicieron varias publicaciones para el público en general a
través del Centro Editor de la Fundación Favaloro, que funcionó hasta 2000.
Pero Favaloro no se conformó con ayudar a resolver los problemas de esa
necesidad básica que es la salud en cada persona en particular sino que también
quiso contribuir a curar los males que aquejan a nuestra sociedad en conjunto.
Jamás perdió oportunidad de denunciar problemas tales como la desocupación, la
desigualdad, la pobreza, el armamentismo, la contaminación, la droga, la violencia,
etc. , convencido de que sólo cuando se conoce y se toma conciencia de un
problema es posible subsanarlo o, aun mejor, prevenirlo.
Desde siempre sostuvo que todo universitario debe comprometerse con la
sociedad de su tiempo y recalcaba: “quisiera ser recordado como docente más que
como cirujano”. Por esa razón, dedicó gran parte de su tiempo a la enseñanza,
tanto a nivel profesional como popular. Un ejemplo fue su participación en
programas educativos para la población, entre los que se destacaba la serie
televisiva “Los grandes temas médicos”, y las numerosas conferencias que
presentó en la Argentina y en el exterior, sobre temas tan diversos como
medicina, educación y la sociedad de nuestros días.
Publicó Recuerdos de un médico rural (1980); De La Pampa a los Estados
Unidos (1993) y Don Pedro y la Educación (1994) y más de trescientos trabajos
de su especialidad. Su pasión por la historia lo llevó a escribir dos libros de
investigación y divulgación sobre el general San Martín: ¿Conoce usted a San
Martín? (1987) y La Memoria de Guayaquil (1991).
SUS ÚLTIMOS DÍAS:
Hacia el año 2000, la Argentina ya estaba sumergida en una crisis
económica y política. La Fundación Favaloro se encontraba en una difícil
situación, endeudada en unos 18 millones de dólares estadounidenses, por lo que
Favaloro pidió ayuda al Gobierno argentino, sin recibir una respuesta oficial.
“Estoy pasando uno de los momentos más difíciles de mi vida, la
fundación tiene graves problemas financieros. En este último tiempo me he
transformado en un mendigo. Mi tarea es llamar, llamar y golpear puertas para
recaudar algún dinero que nos permita seguir”.
El 29 de julio del año 2000 ―el mismo día del cumpleaños de su amigo y
cardiólogo Luis de la Fuente (1932-), quien lo había convencido de volver a la
Argentina―, Favaloro se encerró en el baño de su casa y se disparó un tiro en
el corazón.
Tras el desenlace fatal, se conoció que Favaloro había dejado en su
departamento siete cartas cuyo contenido se reveló parcialmente. En una de
ellas, dirigida a las «autoridades competentes», dejaba en claro que había
decidido quitarse la vida, y explicaba que la crisis económica que atravesaba
la Fundación Favaloro había sido el desencadenante de su determinación, expresando
que la sociedad argentina necesitaba de su muerte para tomar conciencia de los
problemas en los que estaba envuelta. Favaloro expresaba su cansancio de «ser
un mendigo en su propio país», luego de los reclamos enviados al entonces
presidente de la Nación Fernando de la Rúa, en los cuales solicitaba entre
otras cuestiones el pago de las deudas millonarias que mantenían con su
fundación varias obras sociales, siendo la más abultada la contraída por PAMI.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario